30 septiembre 2010

La leyenda de GOGÓ Cap. 6 Compañía.

Tenía mi mano alrededor del manillar. Estaba a punto de descubrir qué era lo que se escondía tras la puerta, cuando, de repente, me taparon la boca, me sujetaron las manos y me vistieron con una camisa de fuerza. Chillé, pataleé, pero no conseguí liberarme. El sujeto que me mantenía agarrada me había tapado la nariz con un pañuelo húmedo. Enseguida adormecí.

Soñé. Oía las voces de Gill y de Ewan reír, mientras corrían por los pasillos del centro psiquiátrico. Eramos pequeños, teníamos apenas siete años y jugábamos al escondite. Pero junto a sus carcajadas, se sumó una demás. Una voz similar a la de Ewan. Y apareció frente a mí alguien a quien jamás hubiera reconocido de no ser por la fotografía. Aquel era Gordon Gray, el hermano mellizo de Ewan. O eso creía hasta que me habló.
- Ewan no es mi hermano. Ewan no es nada. Margaret.
Un fuerte chillido impactó mis oídos mientras despertaba. Estaba gritando con todas mis fuerzas. Me encontraba en la habitación de un hospital médico. No parecía haber nadie cerca de allí, ya que no hubo enfermera o doctor que se presentara ante mis alaridos. Creí ciegamente que era de noche, hasta que me erguí, y miré hacia la ventana. Fue entonces cuando me asusté verdaderamente. Éstas, estaba totalmente recubiertos con ladrillos y cemento, tras unos amenazables barrotes, complementados con pinchos.
Aún llevaba puesta la camisa de fuerza. Así no me podría defender en caso de necesitarlo. Mi respiración se fue acelerando poco a poco. Me estaba volviendo paranóica. Y no parecía haber nadie que acudiera en mi ayuda.
Me levanté y caminé hacia la puerta. Mordisqueé el pomo hasta hacerlo girar y esperé.
Despaciosamente, me asomé al exterior del cuarto. Lo primero que pude observar fueron las blancas paredes, típicas de un hospital. Frente a mí había una puerta con un cartel. Un cartel que ya no estaba oxidado, desgastado, ni ensuciado. Un cartel completamente nuevo, de color dorado, en el que seguí escrito el nombre del muchacho. Crucé descalza el corredor. Con un simple empujón, la entrada se abrió y pude observar el interior del dormitorio. Volvía a estar repleto de folios, pero eta vez, éstos se encontraban en planco. Me acerqué lentamente y los ojée. Por la apariencia que tenían, debían de ser folios realmente antiguos. Inclusive, unos pocos se hallaban arrgudaos.
Al fijarme mejor, distinguí uno en el cual había dibujado un joven. Un niño pequeño, rubio, de mejilas sonrosadas y alegre sonrisa. Aquel era él.
En el centro de la habitación se encontraba su cama, aún hecha. Y sobre ésta, dos sobres.
En el dorso de uno de ellos ponía: "C.P.H". Mientras que en el otro de leía perfectamente mi nombre.
Conocía a la perfección el contenido de la primera carta, por tanto no me molesté en reabrirlo. Mas el otro atría toda mi atención. Pero ¿cómo lo abriría?
Entonces cavilé las distintas opciones, aunque no consiguiera encontrar la manera de deshacerme de aquel traje. Volví a sopesar mis alternativas. Si de veras me encontraba en el hospital psiquiátrico de Chicago, alguien lo había reformado y me había encerrado en él. ¿Sola? Aquello fue lo que me hicieron creer. Pero... ¿Quién?
Salí de aquella estancia decidida a encontrar la forma de escapar. De regresar junto a mi familia, jurándome no volver a investigar el caso de mi primo...
- Mi primo... - añadí.
Al escucharme decir esto último, me dí cuenta de que me estaba prometiendo volver al lado de la tía Candice, que hablaba sobre mi estancia en el manicomio; Con Gill, su hija y junto a Ewan. Sin embargo, aún no sabía la procedencia de éste. ¿Era verdaderamente hijo de Candice Gray? Ciertamente... ¿Mi deseo era retornar junto a aquellos que no creía, sentieran amor por mí?
- ¡No! Claro que no. Debo encontrar el modo de desvestirme de esta prenda.
A ritmo vivo, me encaminé hacie las escleras, por las que descendí velozmente.
Revisé los despachos pero unicamente había unos folios y bolígrafos. Nada que me pudiera servir.
Estaba cerrando un cajón, cuando de repente oí una suave música. Mi corazón comenzó a latir apresuradamente. Parecía la voz de un hombre. Y provenía del pasillo inferior, en el que yo también me encontraba. Me agaché y escondí bajo el escritorio en cuyas cajoneras había estado rebuscando.
La voz se acercaba canda vez más, y no tardé en advertir pasos próximos a mí. EL joven siguió tarareando la melodía tras pasar frente a la puerta de la oficina. Yo, no me atreví a mover y esperé unos minutos, cuando el sujeto volvió a pasear junto al despacho. Mas esta vez entró, y con los ojos cerrados, rezaba para que todo aquello fuera únicamente una pesadilla.
Él llevaba uns pantalones blancos, y unas zapatillas de correr, al igual que yo. Parecía un enfermero, pero al asomar unos centímetros mi cabeza distinguí la camisa de fuerza.
" Genial, otro demente aquí encerrado." ¿Habría alguno más por ahí suelto?
No llegué a verle el rostro pero, transcurrido un rato, mientras él daba vueltas y vueltas al pupitre, sintonicé la nana que mi tío Ben nos cantaba a Ewan, Gill y a mí de pequeños antes de irnos a dormir. Saqué mi cabeza de debajo del escritorio y lo vi.

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