28 septiembre 2010

La leyenda de GOGÓ Cap. 5 Chicago.

La tarde transcurrió lentamente, mientras yo no paraba de repetir en mi cabeza las pistas que había ido adquiriendo a lo largo de la investigación.
Pero llegado el momento, comencé a preguntarme si, tal vez, aquella no era un simple búsqueda. Y si no era un juego, tal y como parecía ser.
Tendida en la cama, recapacité. Desde el principio, creía que aquella averiguación era un entretenido pasatiempo que el tío Ben había pensado para mí. Mas, ¿y si la leyenda de Gogó era totalmente cierta? ¿Era posible que aquel niño, de mejillas sonrojadas y rostro enfadado, existiera de verdad?
Sólo había una manera de indagarlo, y no esperaría mucho más. En mi opinión, me había tomado un tiempo que podría haber aprovechado de mejor manera. Ahora debía entrar en acción.
Primero, averiguaría el significado de las siglas que había encontrado en el sobre.
Podían referirse a un lugar, tal vez a un nombre o una organización.
Cogí mi ordenador y escribí las letras en el buscador.
Los primeros apartados no me sirivieron de mucho, pero a continuación, añadí junto a las siglas el nombre de Gordon Gray. Tampoco esta vez conseguí resultado alguno, pero tras pensarlo mejor, cambié el apellido que había expuesto por el de sus padres adoptivos, y fue cuando lo encontré.
- ¡Chicago's Psychiatric Hospital! Eso apenas está a unos kilómetros de aquí. - Me dije alegremente.
Chicago podía parecer una ciudad enorme, aun no siéndolo. Por tanto no llegaría demasiado tarde a casa.
Dejé el ordenador encima de la cama, y tras coger mi bolso, junto con las carpetas, me dirigí al garaje, donde me esperaba el BMW que me habían regalado por mi cumpleaños.
Me senté frente al volante y puse en marcha el vehículo.
Conducí durante varias horas. Pasé por múltiples pueblos y varias ciudades hasta llegar finalmente a Chicago. Estaba anocheciendo. Aparqué frente a una peluquería y volví a repasar las pistas, aunque, mientras las guardaba de nuevo en la carpeta, cayó de ésta el mapa que había encontrado.
Entonces lo agarré y lo ojeé rápidamente. Era un plano. El plano de un edificio y cómo llegar hasta él. ¿Sería ese el hospital psiquiátrico de Chicago?
Si no me equivocaba, me encontraba a unas manzanas de allí. Velozmente arranqué, y salí disparada hacia el norte. En escasos minutos me encontraba junto a un centro psíquico en ruinas, custodiado por diversos candados, difíciles de abrir.
¿Qué haría ahora? Esta vez nadie me podría ayudar.
Vigilé la carretera durante unos minutos. Por lo visto, no solían pasar muchos coches en aquella dirección, así que lo hice.
Escalé el muro de piedra, con muchisimo cuidado. Me resbalé varias veces, pero finalmente logré llegar al otro lado, preguntándome aún, como regresaría.
Saqué de mi bolso el plano y la linterna que me había llevado antes de salir de la mansión.
Me informé de mi posición y seguí andando. Entré en el edificio e iluminé el interior. Me encontraba en un pasillo larguísimo, junto a resepción. Unos gamberros debían de haber entrado ya que las paredes se encontraban llenas de grafitis. Seguí caminando en silencio. Estaba totalmente atenta a cualquier ruido que pudiera provocar cualquier persona que pudiera estar allí. Tras llegar al fondo del pasillo, subí por las escaleras.
Tragué saliva. Aquel no era el tipo de sitios que solía frecuentar. Además, me aterraba el sólo pensar que allí pudera encontrarse alguien más.
De pronto, la puerta de entrada se abrió y distiguí unas voces conversar. Seguí ascendiendo por las escaleras, para que no me vieran. Se oyó el eco de un interuptor. Y las luces del piso inferior se encendieron. La electricidad seguí funcionando en el edificio.
- Como le decía, señora, éste es un sitio muy tranquilo. Es amplio, alejado de todo lo urbano. Podría convertirlo en una casa de campo o lo podría renovar y dirigir alguna otra empresa que usted misma funde.
- No, por ahora mi deseo es seguir dándole el mismo uso que ha tenido desde siempre este centro.
- ¿De veras quiere renovar este manicomio? Es de locos. - Dijo y rio.
La mujer también lo hizo pero paró en seco y le contestó de mala manera.
- ¿Acaso le interesa a usted lo que pienso hacer con mis propiedades? Deje de hacer el idiota y dígame donde firmar.
Aquella voz me sonaba tan familiar. Aunque, al encontrarse a cierta distancia de mí, y debido al eco, no supe de quién se trataba.
- Perdóneme. Bien. Aquí tiene. Firme aquí, aquí y luego aquí.
Tras unos segundos de silencio, el hombre volvió a hablar para despedirse.
- Perfecto. ¿Piensa quedarse?
- Sólo por unos minutos. Espéreme en el coche.
- Entendido.
La puerta chirrió y se cerró provocando gran estruendo.
El sonido de unos tacones acercándose me hizo ponerme más nerviosa de lo que ya estaba.
- Mi adorada Lindsay se encontrará muy cómoda aquí encerrada. - comentó para, a continuación, reír maléficamente. - Y dicho esto se marchó.
Fue entonces cuando comprendí. Al escuchar la risa de la dama, advertí que se trataba de la tía Candice. Mas, ¿qué quería decir con que me encontraría muy cómoda allí? ¿Sabía acaso que me estaba presente? ¿Habría visto mi coche en las afueras del edificio? Pero me percaté de que cuando me lo entregaron ella no estaba informada. Se había ido junto con Gill de viaje a Europa y únicamente se dedicó a felicitarme mediante una corta llamada el día de mi cumpleaños.
Aún con la piel de gallina, seguí investigando. Sólo me faltaba un dato: el número de la habitación en la que se "ospedaba" Gordon.
Revisé cuarto por cuarto, incluyendo despachos para asegurarme de estar sola. Y finalmente me hallé ante la puerta en la que, con un letrero oxidado, señalaba el nombre que tanto asiaba localizar.

<< Gordon Goldway. >>

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