En mi familia, únicamente unos pocos tendríamos derecho a la herencia del tío Ben.
Ben Gray, el famosos empresario, multimillonario y dueño de múltiples mansiones repartidas por todo el país, estaba con un pie en la tumba. Mi pobre tío cumplía ya setenta y cuatro años y eramos escasos los que nos sentábamos junto a su cama, cuidándole y dándole todo nuestro apoyo. Gill, su hija mayor, sería la heredera de la empresa de coches Gray, la empresa que nos había mantenido desde nuestra infancia. Ewan, su hijo, se quedaría con la casa de verano, los yates y los coches. Candice, su esposa, se haría cargo de las fundaciones benéficas. Y finalmente, yo, Lindsay Gray, su única sobrina, tendría en mi cuenta los dos mil millones de dólares que él había ido ahorrando durante su vida.
- Lindsay.
- Sí, tío Ben.
- ¿Qué pensabas cuando de pequeña, te decían que había monstruos debajo de tu cama?
Reí. Me acomodé en el sillón, y le respondí.
- La primera vez que alguien me contó la historia de Gogó, yo únicamente tenía cinco años. Recuerdo que la noche de Navidad, no conseguía dormir. Tenía todas las luces de mi habitación encendidas y tocaba el piano. De repente tocaste a mi puerta y entraste con un enorme plato de galletas que la abuela Roselyn había preparado para Papá Noel y un vaso de leche. Me dijiste que me echara en la cama. Me acomodaste las almohadas y me tapaste con la manta. A continuación dejaste el plato sobre mi regazo y te sentaste cruzando las piernas frente a mí. Me preguntaste exactamente lo mismo: "¿Qué piensas sobre los monstruos que hay debajo de la cama, Lin?"
Yo te contesté que no sabía que existieran seres que habitaran debajo de la cama y me contaste la historia de Gogó, el niño que no podía soñar.
- Me podrías recordar la historia, querida. - me dijo repirando con cierta dificultad.
- Bueno, tío Ben, lo intentaré si ese es tu deseo.
- Gracias, Lindsay. Ahora, prosigue.
- "Dicen, que una fría noche de invierno, Gordon Goldway se pasó la noche en vela, garabateando seres inexistentes debido al ruido provocado por los trenes que pasaban junto a su casa. Garabateó muchas bestias en muchos folios que luego escondió bajo su cama. La noche siguiente, los trenes le siguieron sin dejar dormir y cuando el muchacho deseo seguir dibujando, tras recoger los papeles que había ocultado, contempló fascinado que éstos estaban en blanco, sin siquiera un único rayón. Pero entonces quiso creer que tal vez su madre se había llevado los ya usados y los había tirado a la basura. Aquella noche creó más monstruos aún y ésta vez los apostó entre las sábanas. Y así ocurrió noche tras noche. Los folios que dejaba pintados se renovaban por arte de magia los escondiera donde los escondiera: en el cajón de su mesilla de noche, bajo el armario... para después volver a ser utilizados la noche siguiente.
Cuando finalemente decidió contarles lo ocurrido a sus padres, éstos lo tacharon de demente y lo internaron en un hospital psiquiátrico de mala fama, lejos de la ciudad, olvidado de la mano de Dios.
A los pocos meses, Gordon escapó del manicomio. Cuando los enfermeros se dieron cuenta de lo sucedido, informaron al director del centro que avisó de inmediato a Amanda y Fred Goldway.
Los padres de Gordon lo buscaron por todas partes y cuando por fin lo encontraron, ocultado bajo su cama, éste les rogó entre lágrimas que no lo volvieran a abandonar allí. Pero Amanda y Fred no le hicieron caso. Y pensaron que por su bien, Gordon debía seguir viviendo en el hospital.
Un buen día, la enfermera que lo atendía, mientras le traía el desayuno, cuando observó asustada que la habitación del joven estaba totalmente envuelta en dibujos y garabatos de bestias con ojos amarillos, como el oro, garras afiladas y colmillos impregnados en sangre. Sobre su escritorio, encontraron una nota que decía.
<< No me cantaron jamás una nana,
y nunca reconcilié el sueño.
No pude dormir siquiera una noche,
y ahora he encontrado el sitio
en el cual refugiarme. >>
Revisaron todo el centro sin resultado alguno. Interrogaron al personal de seguridad y a los médicos que explicaron que Gordon Goldway no había salido de su celda en ningún momento. Mientras que los pacientes, relataban firmemente su huida al inframundo, al país de los monstruos que moran bajo las camas y afirmaban escuchar rugidos bajo éstas. Inclusive, algunos decían haber divisado unos jos dorados, como la miel, vigilarlos durante la noche. Por tanto, nunca se supo a dónde había ido el muchacho. FIN."
- Así es Lindsay. Gordon Goldway, o Gogó, cómo muchos lo llamamos tras conocer su leyenda, es el niño que se hizo amigo de los únicos personajes que la mayoría tememos.
- Tío Ben, es únicamente una leyenda.
- Querida Lin, ahora, contesta a mi pregunta. ¿Qué pensabas de pequeña cuando te decían que bajo tu cama habitaba Gogó?
- Como te dije, aquella noche de Navidad, cuando tu me contaste este relato, me comí, las galletas, me tomé el vaso de leche, cerré fuertemente los ojos y me dormí esperando a que llegara el día siguiente para poder abrir los regalos.
El anciano rió y me volvió a hablar.
- Mi adorada Lin, a veces, las leyendas son algo más que puras palabras que se desvanecen en el pasado.
- Bueno tío Ben si puedo ayudarte en algo más, dímelo.
- Sobrina, acércate a esa cómoda y abre el último cajón.
- Está bien, tío. - respondí un tanto intrigada.
En el interior del cajón había un sobre. Un sobre abierto. Lo cogí y se enseñé a Ben. Éste asintió y se lo entregué.
- No, Lin. No es para mí. Es para tí.
- Pero... Ya está abierto.
- Lo sé, y dicen que la curiosidad mató al gato. Así que ahora guárdala. Mañana seguiremos hablando, ahora debo descansar.
Le dí un beso en la frente y le desée buenas noches.
- Y recuerda, Lindsay. - Me dijo. - Debes leer la carta antes de irte a dormir.
- Claro tío Ben. Hasta mañana. Que descanses.
Me encerré en mi recámara y dejé el mensaje sobre una silla. Me fui a duchar tras el agotador día que habíamos tenido y seguidamente, me puse el pijama y me dejé dormir.
Al día siguiente, muy temprano, Gill entró en mi cuarto llorando, para contarme, que durante la noche, Ben Gray, había fallecido.